martes, septiembre 24, 2013

Campo de concentración de Saint Cyprien, 1939 - Antonio Rodriguez Alarcón



Vista del campo de concentración de Saint Cyprien, 1939



Antonio Rodriguez Alarcón


TODOS LOS WINNIPEG

Yo los puse en mi barco.

Pero mis españoles no venían
de Versalles,
del baile plateado,
de las viejas alfombras de amaranto,
de las copas que trinan
con el vino,
no, de allí no venían,
no, de allí no venían.
PABLO NERUDA

Sobre la metálica piel del carguero, untada de betún
y de sal, otra piel llagada y oscura se tuesta al sol.
No es el crucero que se desliza como iceberg de azúcar
por el Adriático rumbo a Ítaca ni crecen palmeras
de plástico junto al vaso de la piscina en cubierta.
Tampoco hay camareros de blanco
sirviendo exóticos cócteles ni un capitán cargado
de entorchados y sonrisas saludando el día.
Aquí el agua de lluvia se pudre y se evapora
nauseabunda sin poderse beber.

Son esclavos abandonados en alta mar.
Feroz siglo XXI tan esperado y tan cruel,
reviviendo un pasado de negreros y piratas
emboscados en los puertos de la abundancia.
¡Oid, son esclavos!

En septiembre del 39 otro carguero puso rumbo
a Valparaíso, dos mil españoles hacia Chile.
No llegaron de Versalles, no, de allí no venían.
Llegaron de Le Perthus, de Argelés sur Mer,
de Saint Ciprien, de Bacares…, sonoros nombres
de una lengua tan dulce y cercana.
De desnudas playas cercadas de espino y metralletas,
del crudo invierno sobre la arena y el hambre.
De desesperadas noches sin luna.

El hambre, siempre el hambre. Pero no siempre
el pan, también la guerra empuja una riada nómada,
un humano trasiego de corazones desvencijados
hacia todos los puertos de Trompeloup.

¿Se hundió el Titanic con su lujo de cartón piedra
y con él todos los Winnipeg? Mandad mensajes
y cablegramas. Que los lleven las sirenas adormecidas
sobre los mascarones de proa en Isla Negra.
Que despierten los cónsules de emigración,
los embajadores poetas: que se abran todos los puertos.

Que atraquen seguros todos los Winnipeg.

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