domingo, febrero 09, 2014

Miguel Ángel Curiel



 Gerardo Apud


Miguel Ángel Curiel

LUMINARIAS

Una calle muy larga que baja lleva al mar. El destino de toda calle es dar al mar. Muy temprano, por la mañana no hay nadie en la calle. La pendiente te impulsa. El mar a esa hora parece algo limpio e inmenso con lo que compartir tu propio silencio. El tuyo es un silencio del espíritu, más cercano a lo vegetal. Se expande dentro de ti como una vid interior y a caso los latidos del corazón no sean más que las uvas que van creciendo, pequeños espasmos de uvas. El silencio del mar se une al del cielo. Es inmenso, y nos llega antes a los ojos que a los oídos. Es un silencio que los ciegos no captan, y lo único que oyen de él, son campanas y amarras que crujen. Es un silencio visual. Obliga a gritar a los hombres que se enojan con el mundo. Tu, sin embargo bajas a la calle a reconciliarte con el mundo. Dos silencios. El del individuo frente al del mundo. Hacerlos comunicar es uno de los fines de la poesía. Convencer al que muere de que puede hablarnos desde su coraza de niebla. Puede ser el ladrón que nos robe las palabras en la vejez. No recuerdas como se decía adiós en esa lengua. Así siempre la luz ha estado más cerca de los muertos que de los vivos. Ellos es lo único que poseen. Ese mar son los ojos de todos los que ya no están. Esa agua es el limpiador de emociones someras. Sólo te permite la unión con lo que ya no está, o no es, incluso con lo que no ha sido y nunca sea. Así un silencio ilumina a otro.



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